"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Mariquita y las hormigas

Mariquita y las hormigas Hacía mucho calor ese verano. Mariquita, de panza al suelo, miraba las hormigas negras, llevando pesadas cargas en un desfile dificultoso de cientos de ellas. Las fue siguiendo con la mirada, hasta encontrarse obligada a ponerse de pie, para continuar con el grupo, que no definía aún su destino o ingreso a alguna posible casa. Ella se preguntaba dónde vivirían y hasta dónde llegarían. Unas llevaban trozos de hojas secas, otras migas de galletas que habían quedado sobre la tierra del día anterior, cuando Mariquita había comido de un paquete de ellas… las del tipo de las rellenas. Eran de frutilla, lo que le confería a la procesión de insectos laboriosos, aspecto, bastante colorido. Otras llevaban trocitos minúsculos del relleno color rosa y otras el beige de la masa de las galletas. Le llamó también mucho su atención, el ver a cuatro o cinco hormigas más grandes, trasportando un gusano muerto. Apenas lo podían. Se les resbalaba y volvían a intentar su obra. Iban más rezagados que el resto de la comitiva. Más aún se sorprendió, al ver a muchas, como a más de diez hormigas, rodeando a un grillo muerto. Intentaban trasladarlo, pero apenas podían moverlo de su sitio. Mariquita sin dejar de fijar su mirada, se apasionó en descubrir, cómo harían para llevarse esa carga…. ¿Quizás la abandonarían? Pero ante su sorpresa, pudo observar cómo comenzaron a descuartizar al insecto mayor. Las antenitas, patitas, alas, todo… absolutamente todo, fue desmembrado. Desde otro caminito, apareció un desfile de hormigas negras, de trasero voluminoso y más grisáceo, para reforzar los traslados de semejante botín. Las partes más pesadas, fueron movilizadas por dos o tres individuos, pero otras hormigas solitarias, arrastraban la carga por el piso de tierra. Así Mariquita pudo descubrir, que estos insectos, llevaban para la desconocida guarida, todo lo que pudieran considerar comestible… restos de frutas secas, pasas de uvas, hojas secas, insectos troceados, galletitas en migajas, gusanos, lombrices, y absolutamente todas, parecían entenderse entre ellas. Rodeaban la presa, se movían a su alrededor, y tomaban la decisión, abocándose a los traslados. Siguió mirando hasta descubrir que el tramo inicial de la columna movediza, ingresaba por un orificio, en un hoyo pequeño, realizado en el tronco del limonero. Recordó de inmediato, las palabras de su madre, semanas atrás:” ¡El limonero se ha apestado!... tendré que hacer algo. Iré al vivero, para preguntar si pueden venderme algo para limpiar este arbolito“. Terminado de quejarse, ante la mirada curiosa de su niña, arrancó una hoja del limonero y se la había acercado para que Mariquita observara. La hoja, estaba pegoteada y la parte posterior, tenía como un azucarado blanquecino adherente. ”Seguro esto también se puede curar con una lavaza de jabón blanco. Yo recuerdo que tu abuela lo limpiaba así, a los limoneros”. Y tu padre, ha traído tintura de nicotina, para pulverizarles y así alejarle las hormigas negras a esos cítricos del fondo de casa”. Ahora, viéndolas en plena acción, había descubierto que muchas llevaban para su banquete, trozos de hojas de limonero frescas. Estas hormigas son malas…. Pensó enojada “¡Malas! ¡Malas! ¡Malas!!” Dijo elevando su voz mientras miraba los larguísimos caminitos de insectos, negros y movedizos que sintiendo la agresión, comenzaron a dispersarse nerviosas. “¡Ay!! ¡Ayyyy!” Corrió hasta el interior de la casa, ingresando rauda a la cocina. Abrió el cajón de la limpieza y sacó la caja de fósforos. Corriendo otra vez, se acercó al sitio, que había vuelto su curso normal, en pleno desfile de insectos camino a su hogar. Mariquita, abrió con fruición la caja y comenzó a encender fósforos…. Los acercaba a los elementos que ellas trasportaban. Las hojas secas se encendían de inmediato y con ellos, el reguero de hormigas. Entusiasmada, comenzó compulsivamente, a quemar incendiando insectos… hasta llegar cada vez, más y más cerca del limonero. Allí, sus seis años lúcidos e iracundos, mostraban apasionado entusiasmo en la quema de hormigas negras…. Las ramas vecinas, de una parra baja, que estaba leñosa y bastante seca, el calor de la tarde que caía en un febrero tórrido, la ventisca seca y caliente… colaboraron. En segundos, parte del limonero y la cepa, eran una sola llama gigante. Asustadísima, Mariquita comenzó a gritar…. “¡Mamáaa! ¡Mamááa! ¡Ayúdame!” Alba, la madre de Mariquita, estaba en la salita de planchado y costura, cosiendo los bordes de una cortina. La ventana del recinto, abría a la parte lateral del patio y alcanzó a percibir por los vidrios de las hojas, los reflejos del fuego, que provenían del fondo de la estancia. Desesperada, corrió hasta el patio y viendo la escena, no tardó en abrir el grifo, en el que estaba enchufada la manguera de modo permanente, en un piletón para riego. Comenzó a controlar las llamas que devoraban con rapidez la hojarasca reseca por el calor y la influencia del sol. Al propio tiempo gritaba con intenso nerviosismo: “¡Aléjate, aléjate rápido Mariquita! ¡Por Dios!” Cuando las llamas cesaron, quedó un rincón repleto de cenizas, hojas chamuscadas en parte del limonero, ennegrecida la pared medianera con las casas del fondo, y humo que aún, flotaba en el aire enrarecido. Mariquita tosía de modo pertinaz, tomándose la garganta con las manitas. Alba quedó por instantes, perpleja, atónita, observando todo con incredulidad. En especial al ver a su hija, envuelta riesgosamente, bordeando una posible tragedia. Mariquita comenzó a llorar desconsolada, pero el rostro atónito de su madre, no la invitaba a acercársele a abrazarla, en busca de consuelo. Era consciente de su mal comportamiento, del riesgo al que se había expuesto hacía apenas minutos… El llanto de la niña, hizo reaccionar a su madre, quien fuera la que se acercara a abrazarla fuertemente. Lloraron las dos. Conservando posterior silencio, ambas, después de higienizarse, se sentaron junto a la mesa de la cocina. La madre, sirvió algo de tomar y comer a Mariquita. Quedaron sentadas calladas, hasta sentir la llegada del papá de la niña. Gonzalo era alegre, dinámico y cuando las vio atinó solo a preguntar: “¿Qué ha pasado?... ¿Qué hiciste Mariquita?” El hombre se figuraba alguna travesura, pues conocía muy bien a su hijita. Cuando la pequeña explicó todo lo sucedido, de modo secuencial, los padres, dejaron que se explayara a destajo. Los padres mantenían el silencio, mientras sus mentes pensaban qué palabras justas debían aleccionar a esa niña, tan curiosa, vivaz, impulsiva y atrevida. Un peligro para todos, para la casa y para ella misma. A la vez, además de que quedara una lección de aprendizaje, una experiencia didáctica, Mariquita debía cumplir un castigo. Ellos sabían que ser permisivos, no lograría que ese arbolito que crecía hasta el momento, único en casa, no lo hiciera derecho, si no limitaban sus expansiones díscolas. Así papá explicó, primero, que nunca tomara por su cuenta, los fósforos. Que jamás hiciera fuego ni dentro ni fuera de la casa, sin la supervisión de un adulto. Además le explicó que con fuego, no se eliminaban las plagas. Mariquita le interrumpió, aduciendo que él, su propio padre, había hablado con mamá, de eliminarlas. Ella solo quería ayudar… se justificó. Esto enojó aún más al padre, quien hacía un esfuerzo por no elevar más la voz, ni tirarle los cabellos o pegarle un chirlo bien dado a la niña atrevida, que se estaba desviando de sus controles, creciendo a pasos agigantados. Gonzalo la calló de inmediato con un reto: Mirándola fijo le dijo que escuchara, o no le explicarían más nada y su castigo sería duro. Mariquita sintió otra vez temor… pero un temor nuevo. Nunca había visto tan enojado a su padre. Pero debía comprender la magnitud del riesgo al que se había expuesto ella y a su casa. Además le explicó ecología. Que las hormigas eran insectos buenos, que solo juntarían por la proximidad del invierno, dentro de sus galerías, todo alimento biológico, para enterrar y de esos hongos que brotarían, ellas se alimentaban. Solo que esta vez, habían escogido mal. Habían elegido el limonero de casa. Era un gran ejemplar de árbol, que tenía frutos de las cuatro estaciones y era una pena ver secar y morir día a día a ese bello, frondoso árbol de antaño. Sin embargo, no con fuego, se atacaban los insectos. Era perverso. Que las hormigas sentirían probablemente dolor. Eso fue lapidario para Mariquita, quien comenzó a llorar. ”Yo no soy mala papá, yo no quería que sufrieran esos bichos…. ¿En serio que les dolió? El padre aseguró que tanto las hormigas, como los árboles y la cepa quemadas, sufrieron dolor del fuego quemante. Que su mamá sufrió dolor del corazón, por el susto tremendo de imaginar quemada a su hija y quizá también la casa. Que ella se había arriesgado y el fuego pudo quemar sus cabellos y hubiera quedado en un hospital con la cara bonita toda quemada, sin ir a la escuela. Posteriormente, le hubiera podido quedar cicatrices, toda la cara arruinada, para el resto de su vida… Otra vez Mariquita lloró desgarradoramente, pensando en su rostro, que a menudo exponía ante el espejo, ensayando cantar y bailar, sonriendo y creyéndose hermosa, preguntándole si ella era la más linda, como la bruja de Blancanieves…. Gonzalo continuó inmutable. Conocía el alma de su niña y sabía que estos dolores y estos llantos, serían lecciones de aprendizaje. También dijo que exterminar hormigas, no es bueno, como exterminar ningún insecto de la naturaleza, que Dios los había creado por algo y que entre ellos se controlaban. Por ejemplo, que ella misma, había visto cómo las hormigas se llevaban un grillo muerto, gusanos muertos, restos de galleta que ensuciaba el piso, y todo elemento que haría descomposición y suciedad. Ellas intervenían en el llamado Nicho ecológico, para el equilibrio de la naturaleza. Pero, como tuvieron esta vez, la mala idea de hacer su casita en el árbol limonero, había que alejarlas, y lo mejor, hubiera sido con algo natural, no con químicos tampoco. Le habló de los insecticidas. Le comentó que las frutas y verduras compradas en las ferias, tenían carga de plaguicidas, químicos que mataban no solo hormigas, sino también orugas, gusanos y muchos insectos diversos que comían frutas y verduras. Que los productores, perderían sus cosechas si dejaban que esto sucediera, y regaban esos químicos sobre sus productos. Que pasado un tiempo de carencia, se podían después comer… pero que mamá, debía lavar muy bien las verduras y a otras pelarlas, para su consumo. Mariquita tenía sus ojos abiertos lo más grande de sus posibilidades, altamente atenta a lo que su papá comentaba y enseñaba. Preguntó curiosa…. “¿Cómo pensabas sacar a las hormigas del árbol entonces, papá?” Con productos naturales, que alejen a otros sitios, sin matar. Nicotina o lavaza de jabón blanco (hecho con soda cáustica y grasa). Con el jabón se lavaban las hojas del limonero. Con la nicotina, se pulverizaban con un rociador las hojas periódicamente y las hormigas, molestas, harían sus galerías en un sitio más alejado… quizás en la pared del fondo. Esa noche, Mariquita tuvo otra vez, sus clásicas pesadillas. Las hormigas le gritaban: “¡Asesina! ¡Asesinaa!” Y las oía llorar desgarradoramente: ¡Aaaaayyyyy, aaaaayyya, me duele el fuego!” ¡Me quemo, me queeeemoooo!” Sudorosa, con palpitaciones, despertó llorando y de modo repentino. Gritó ansiosa…. “¡Mamáá´´a, mamááá!!!!”¡Yo no quería matarlas… yo no quería que sufrieran así!!”Alba se levantó, despertada por los gritos desconsolados de Mariquita y acudiendo tranquila a su dormitorio, se sentó junto a ella. La abrazó fuerte, sujetando sus espasmos. Luego con un pañuelo, limpió su carita. La tranquilizó con un beso en la frente. Mariquita, mi amor. Ya pasó. Has aprendido varias lecciones. La primera, que no debes tomar por tu cuenta, la caja de fósforos. La segunda, no debes intentar quemar ninguna cosa. La tercera, debes respetar lo natural y dejar que los mayores nos hagamos cargo del control de las cosas de la casa. Salvo que te enseñemos o te pidamos que hagas algo determinado ¿Si? Descansa tranquila. Lo que debes aprender, de todo lo que sucedió, sirvió para experiencia…. Una palabra que significa que ya no harás otra cosa similar ¿si? Pero no podrías jamás, volver el tiempo atrás. El reloj, nunca retrocede. Ya pasó. Ahora debés dormir, porque mañana me acompañarás al centro. Tenemos que comprar las cosas para la escuela. Pronto comenzarán las clases… ©Renée Escape 2020-

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